Arepas como símbolo de pertenecer, incluso estando lejos

arepas

Hay cosas que viajan con nosotros sin ocupar espacio en la maleta. Las arepas, por ejemplo, se cuelan en cada mudanza, en cada nuevo comienzo. Son ese sabor que recordamos incluso antes de probarlo, la costumbre que nos acompaña cuando todo lo demás cambia.

Al llegar a otro país, muchos descubrimos que preparar arepas es una manera de seguir conectados con lo propio. Las hacemos para compartir, para nosotros, o simplemente para sentirnos un poco más cerca de casa. En esa mezcla de harina, agua y recuerdo hay algo más que una receta: hay pertenencia, hay memoria y, sobre todo, hay continuidad.

Porque aunque las fronteras nos separen, seguimos encontrando formas de estar. Y a veces, basta una arepa caliente sobre la mesa para recordar que, dondequiera que estemos, seguimos siendo los mismos: los que cuidamos, los que sostenemos y los que seguimos perteneciendo a nuestro hogar.

De dónde vienen las arepas

de donde vienen las arepas

Mucho antes de que se convirtieran en parte de la vida diaria de quienes migramos, las arepas ya viajaban por el continente americano. 

Su historia comienza hace más de tres mil años, cuando los pueblos originarios de las regiones que hoy son Venezuela y Colombia preparaban panes planos de maíz molido para acompañar sus comidas.

La palabra arepa proviene del vocablo indígena “erepa”, que en lengua cumanagota (pueblo del oriente venezolano) significa precisamente maíz. Era una comida sencilla, pero esencial, una forma de aprovechar el cereal que sostenía su alimentación.

Con el tiempo, las arepas pasaron de ser alimento ancestral a convertirse en una tradición cotidiana. En cada región se les dio una forma distinta, más gruesas, más delgadas, dulces o saladas, pero siempre con el mismo principio: preparar con las manos algo que une.

Durante el siglo XX, la invención de la harina de maíz precocida permitió que las arepas se hicieran aún más accesibles y rápidas de preparar, lo que las llevó a conquistar cocinas en toda América Latina

Y cuando millones de personas comenzaron a emigrar, el maíz viajó con ellas: en bolsas, en recuerdos, en historias contadas a través del sabor.

Hoy, en ciudades como Miami, Nueva York o Houston, es posible encontrar arepas en casi cada esquina. Lo que comenzó en los fogones indígenas del Caribe y los Andes se transformó en un símbolo global de identidad latina.

Una receta milenaria que sigue viva porque, en su sencillez, guarda algo que todos reconocemos: hogar, sin importar el mapa.

Cuando migrar sabe a arepa

migrantes con arepas

“Mi abuela decía que amasar era ordenar los pensamientos. Y tenía razón, entre harina y maíz, todo vuelve a su lugar.”

Migrar tiene muchos sabores, y uno de ellos, quizá el más reconfortante, es el de la costumbre. En medio de nuevos horarios, trabajos distintos y calles que todavía no aprendemos a nombrar, reencontrarnos con las arepas es una forma sencilla de sentirnos a salvo.

Nos pasa a muchos. Llegamos con ganas de empezar, de enviar nuestra primera remesa, de construir algo, y en medio del ritmo acelerado de este país, una mañana cualquiera decidimos amasar. Hacerlas se vuelve un ritual que nos ordena: una pausa que huele a maíz, a casa, a calma.

Las arepas no solo alimentan, también reúnen. Se preparan en cocinas compartidas, en apartamentos pequeños o en patios improvisados, donde se cruzan risas, acentos y ganas de seguir.

Y aunque estemos lejos, cada vez que las hacemos volvemos, aunque sea un momento, a ese lugar donde todo empezó. Porque no son solo comida: son presencia, memoria y una manera de decir, sin palabras, que seguimos aquí, cuidando lo nuestro desde otra orilla.

Cocinar lo propio para seguir conectados

cocinar arepas

Cuando llegamos a un nuevo país, no solo buscamos trabajo, buscamos ritmo, palabras conocidas, alguien que entienda cómo se siente empezar de cero. 

A veces, ese punto de encuentro llega con olor a maíz tostado. En muchos barrios de Estados Unidos, las arepas han creado comunidades tan reales como las que dejamos atrás.

Lo que empieza en una cocina pequeña termina siendo un espacio compartido, en un garaje convertido en punto de venta, una feria local que huele a masa caliente, una mesa donde se mezclan acentos y recuerdos.

Las arepas se transforman así en una especie de idioma común. No importa de qué país vengamos, todos reconocemos algo familiar en ellas. Son fáciles de preparar, se adaptan a lo que hay en los supermercados más conocidos, harina de maíz, queso, aguacate, (lo que encontremos), y siempre invitan a quedarse un rato más.

En ese compartir se tejen amistades, se abren puertas y se genera una red invisible de apoyo. No es solo comida: es economía, compañía, aprendizaje.

Las arepas se convierten en símbolo de creatividad y de comunidad. Nos recuerdan que, incluso lejos, seguimos siendo capaces de crear hogar con lo que tenemos a mano.

Receta y tipos de arepas: una tradición que se adapta sin perder su sabor

En cualquier ciudad de Estados Unidos donde haya comunidad latina, es casi seguro que el olor de una plancha caliente anuncie lo mismo: arepas recién hechas. 

Aunque cada familia tiene su forma particular de prepararlas, la base sigue siendo la misma: harina de maíz precocida, agua, sal y, a veces, un poco de aceite o mantequilla.

Amasamos, formamos discos y los cocinamos en budare, sartén o plancha hasta que se doran por fuera y quedan suaves por dentro. Luego, cada quien le da su toque.

Con el paso del tiempo, las arepas se han adaptado a los ingredientes disponibles en Estados Unidos: algunas se hacen con harina integral, otras con queso americano o con vegetales locales. Pero, en esencia, siguen siendo las mismas: redondas, versátiles y siempre abiertas a lo que tengamos a mano.

A continuación, un recorrido por los tipos más conocidos y queridos de esta tradición que viaja sin pasaporte:

Arepas venezolanas

Las más conocidas fuera de América Latina. Son gruesas, esponjosas y se parten por la mitad para rellenarlas.

  • Reina Pepiada: con pollo, mayonesa y aguacate.
  • Pabellón: con carne mechada, frijoles negros y plátano maduro.
  • Dominó: con frijoles y queso blanco rallado.
  • Pelúa: con carne desmechada y queso amarillo.
  • Catira: con pollo y queso rallado.
  • Perico: rellena de huevo revuelto con cebolla y tomate.
  • Arepa de queso: la masa se mezcla con queso fresco para que derrita por dentro.
  • Arepa frita: dorada en aceite hasta quedar crujiente.
  • Arepa andina: hecha con harina de trigo, típica de la región montañosa de Venezuela.
  • Arepa tumbarrancho: orgullo de Maracaibo, es una versión frita y rebozada, como en una especie de tempura criolla, que luego se rellena con mortadela, queso, repollo, tomate y salsas. 

Arepas colombianas

Generalmente más delgadas y con gran variedad regional. Algunas se sirven solas, otras acompañan el desayuno o la cena.

  • Arepa de choclo: dulce y suave, hecha con maíz tierno y queso derretido encima.
  • Arepa paisa: delgada, blanca y ligeramente tostada, base infaltable del desayuno antioqueño.
  • Arepa boyacense: con queso y un toque de azúcar, cocinada en horno o plancha.
  • Arepa santandereana: con chicharrón molido y yuca.
  • Arepa de huevo: rellena con huevo frito, típica de la costa Caribe.
  • Arepa valluna: más grande y simple, suele acompañar carnes o sopas.

Variaciones modernas y regionales

La migración y la creatividad han dado lugar a nuevas versiones en Estados Unidos y otros países:

  • Arepas con avena o harina integral, más ligeras.
  • Arepas veganas, con rellenos de tofu, frijoles o vegetales asados.
  • Mini arepas para picadas y eventos.
  • Arepas dulces, con miel o papelón.
  • Arepas rellenas de desayuno, con huevos, tocino o aguacate.
  • Arepas sin gluten, elaboradas con harinas alternativas de maíz natural.

El sabor que llevamos con nosotros

gente divirtiendose

En cada ciudad donde hay alguien que vino de lejos, tarde o temprano aparece una plancha caliente y el sonido familiar de la masa dorándose. Las arepas ya no son solo un recuerdo del país que dejamos: son una forma de habitar el presente, de crear algo propio en el lugar donde estamos.

Las encontramos en pequeños locales atendidos por familias, en ferias de barrio, en food trucks que recorren calles de Miami o Nueva York

A veces, las prepara una madre que quiere enseñar a sus hijos de dónde viene; otras, un joven que decidió emprender para salir adelante. En todos los casos, detrás de cada arepa hay una historia de constancia, de adaptación y de cariño por lo propio.

Porque seguimos compartiendo más que comida desde lejos: compartimos identidad. Las arepas nos recuerdan que, aunque estemos a kilómetros, llevamos nuestra cultura en las manos, en el aroma de la cocina, en la forma de reunirnos alrededor de un plato sencillo.

Y así, entre harina y maíz, descubrimos que pertenecer no es quedarse en un solo lugar: es seguir cuidando lo que somos, allá donde estemos.

Mientras existan las arepas, seguirá existiendo esa manera de estar juntos, de sostenernos y de reconocernos, aunque el mapa cambie, aunque todo lo demás sea nuevo.

En Curiara, creemos que hay muchas formas de cuidar desde lejos. A veces es una transferencia internacional que llega a tiempo; otras, una llamada o una receta compartida por videollamada. 

Cada gesto, grande o pequeño, es una manera de decir “sigo contigo”. Así como las arepas cruzan fronteras sin perder su sabor, también lo hace el cuidado. Porque cuidar también es una forma de estar. Y en cada historia, en cada envío, en cada arepa, seguimos avanzando juntos.