When we migrate llevamos maletas, documentos y recuerdos, pero también cargamos algo invisible y poderoso: nuestras palabras venezolanas.
En cualquier ciudad europea, entre oficinas, universidades o cafeterías, se nos escapan esas expresiones. Porque no importa cuánto tiempo llevemos fuera, siempre tendremos nuestra forma de hablar, que se nos cuelan en la conversación y nos devuelven, de golpe, a nuestra tierra.
Decimos “pana” en una reunión en Madrid y nos miran raro. Soltamos un “qué bochinche” at Lisbon y la gente sonríe sin entender.
At Milan, explicamos que estamos “burda de cansados” y nadie capta de qué hablamos. Y, sin embargo, para nosotros esas palabras son un salvavidas emocional, nos hacen sentir acompañados, nos conectan con otros Venezuelans y nos recuerdan que, aunque estemos lejos, seguimos siendo quienes somos.
Our jerga cruza fronteras sin pedir permiso. Es un acento que viaja con nosotros y que a veces provoca confusión, pero que siempre nos conecta con nuestra gente.
Porque más allá de los papeles, las colas en extranjería o los desafíos de adaptarse, hablar como hablamos los Venezuelans es una manera de resistir al olvido.
Y ahí está nuestra valentía, la de quienes decidimos emigrar, rehacer nuestras vidas lejos de casa y, en muchos casos, la de quienes con esfuerzo enviamos remesas como una forma silenciosa de amor hacia los que se quedaron.
El poder de hablar como hablamos los venezolanos

The Spanish from Venezuela tiene un ritmo especial, lleno de humor, diminutivos y giros creativos.
Decimos “poquitico” en lugar de “un poco” y “ahorita” con esa flexibilidad temporal que puede significar “ya mismo" o "en algún momento”.
Nuestro “ya va” nunca es tan inmediato como suena, y un “voy saliendo” puede ser desde “me estoy poniendo los zapatos” to “estoy todavía en la ducha”.
Esos matices, que para nosotros son tan naturales, se vuelven curiosidades para otros hispanohablantes.
At Spain, alguien puede mirarnos confundido si decimos “ese tipo es un pajúo”, porque no entienden que hablamos de alguien chismoso o entrometido. En Italy, un “qué fastidio” se entiende, pero un “qué ladilla” suena exótico.
At Europe, estas palabras se convierten en un código secreto. Dentro de un metro en Berlin, escuchamos a alguien decir “qué ladilla” y de inmediato sabemos que ahí hay un compatriota. En una cafetería from Paris, una chica saluda con “epa, chamo” y automáticamente sentimos que no estamos tan lejos de casa. Hablar así es como llevar puesta una bandera invisible.
Palabras venezolanas que cruzan fronteras

Entre tantas expresiones, hay algunas que siempre viajan con nosotros y que usamos, aunque sepamos que causarán confusión:
- Pana: amigo, compañero de confianza.
- Burda: mucho, demasiado.
- Arrecho: algo sorprendente o alguien molesto, según el contexto.
- Bochinche: desorden, ruido o fiesta.
- Chévere: sinónimo de agradable, bueno, genial.
- Chamo/Chama: muchacho o chica.
- Guayoyoyo: café claro, típico de las mañanas en Venezuela.
- Fino: algo que gusta o está bien hecho.
- Ladilla: fastidio, molestia.
- Échale pichón: expresión para motivar a alguien a esforzarse.
- Macundales: objetos o pertenencias, generalmente muchas cosas juntas.
- Cuaima: mujer posesiva o celosa.
- Pavoso: alguien o algo que trae mala suerte.
- Jalar bola: adular en exceso a alguien con interés.
- Zaperoco: gran alboroto o confusión.
- Arepa: más que comida, símbolo cultural que nombra nuestra identidad.
- Tetero: biberón de los bebés.
- Cotufa: palomitas de maíz.
- Tostón: plátano frito aplastado, usado también como referencia rápida en conversaciones.
- Rumbear: salir de fiesta.
- Echar un pie: bailar.
- Carajito: niño pequeño.
- Guachafita: relajo o desorden con tono humorístico.
- Pelabola: alguien sin dinero.
Cada una de estas palabras venezolanas es más que un término coloquial: es una memoria afectiva. Decir “guayoyo” en Lisbon es sentir el olor del café of the abuela en Caracas.
Llamar “chama” a una amiga en Barcelona es traer un pedacito de nuestra adolescencia a la vida europea. Y gritar “échale pichón” en medio de un reto laboral en Berlin es recordarnos que llevamos coraje venezolano en la sangre.
Curiosidades del habla venezolana

Una de las peculiaridades más graciosas es nuestra tendencia a los diminutivos. Decimos “rapidito”, “ahorita”, “poquitico” y hasta “chiquitico”. Para un German or a French, resulta curioso que algo pueda ser tan pequeño que necesite más de un diminutivo.
Otra curiosidad es cómo usamos los mismos términos para situaciones opuestas. Un “arrecho” puede ser alguien molesto o un logro sorprendente: “Ese concierto estuvo arrecho”. Un “qué bola” puede ser indignación (“qué bolas lo que pasó”) o sorpresa positiva. Esa flexibilidad semántica hace que nuestro español sea dinámico y muy expresivo.
También somos expertos en inventar palabras. Un ejemplo es “friolento”, que usamos para describir a alguien sensible al frío, aunque la RAE apenas lo acepte en contextos informales. O nuestra costumbre de usar verbos como sustantivos: “me lancé un guayoyo" o "me voy a echar un pie”.
Identidad y resistencia a través de las palabras
Seguir hablando como hablamos en Venezuela no es nostalgia: es resistencia. Es negarnos a que la distancia borre nuestra forma de sentir.
En medio de un trámite en extranjería, decir “qué ladilla este papeleo” y escuchar que otro Venezuelan responde con una carcajada nos recuerda que estamos bien acompañados.
Esos Venezuelan sayings, ese gesto, tan simple como hablar en nuestra jerga, es parte de la fortaleza que nos define.
Porque somos valientes no solo por salir de nuestra tierra, sino también por mantenerla viva en cada palabra, en cada esfuerzo, en cada consignment que cruza el océano para sostener a quienes amamos.
Humor, resiliencia y comunidad

Otro aspecto importante es el humor. Las palabras venezolanas son chispa en medio de la dificultad. En la larga espera para regular papeles, un compatriota dice “esto sí es una ladilla” y todos reímos.
Esa risa no resuelve el problema, pero lo hace más llevadero.
El humor compartido es comunidad. Y esa comunidad se construye también con palabras. Decir “qué bochinche esta fiesta” une más que cualquier explicación formal. Compartir un “qué chévere vernos” después de meses de trabajo nos devuelve la familiaridad.
At ciudades europeas donde los Venezuelans se concentran, como Madrid, Barcelona, Lisboa o Milán, estas palabras se escuchan con frecuencia.
Funcionan como contraseña, si dices “burda”, el otro sabe que eres parte de la tribu. Si escuchas un “epa”, sabes que hay un hermano cerca.
El valor emocional de nuestra jerga
Cada vez que decimos “epa, chamo” en una calle europea, algo se enciende dentro de nosotros. Es un guiño a la infancia, un precioso embracea recordatorio de que no hemos perdido nuestras raíces. Las palabras venezolanas no solo comunican: sostienen, abrazan, reconcilian.
Son humor en medio del cansancio, alivio en medio de la soledad y complicidad en medio de la distancia. Nos ayudan a sobrellevar el duelo migratorio, nos recuerdan quiénes somos y nos hacen sentir orgullosos de llevar un acento que no desaparece, sino que se expande.
Nunca dejes de usarlas

The palabras venezolanas no se quedan en Caracas ni en Maracaibo: viajan con nosotros, se instalan en las calles de Madrid, Lisboa o Berlín, y se convierten en pequeñas banderas de identidad.
Aunque a veces causen confusión, también despiertan curiosidad y crean puentes culturales.
Usarlas lejos de casa es más que una costumbre: es un acto de amor, de memoria y de resistencia.
Porque mientras sigamos llamándonos “panas”, quejándonos de una “ladilla” o celebrando un “bochinche”, seguiremos siendo parte de Venezuela.
Somos los valientes que emigramos, los que luchamos día a día por integrarnos sin perder lo nuestro, y los que, con palabras, con trabajo y hasta con remesas, mantenemos viva la llama de nuestro país en cualquier rincón de Europe.
En cada palabra que soltamos está la prueba de que seguimos de pie, con la frente en alto y con la chispa criolla intacta.
Nuestro acento no se borra, se multiplica; nuestra jerga no se pierde, se hace bandera. Porque hablar como Venezuelans at Europe no es solo costumbre: es orgullo, es alegría y es fuerza.
At Curiara lo sabemos: cada “pana”each “chévere” y cada “échale pichón” es un recordatorio de que llevamos a Venezuela en la voz y en el corazón.
Que el mundo lo escuche: somos una voz que cruza fronteras, una identidad que no se rinde y una comunidad que siempre encuentra motivos para celebrar.